domingo, 15 de febrero de 2009


Cuentan que, como siempre, una vez se reunieron en un lugar de la tierra todos los sentimientos y cualidades de los hombres. Cuando el cansancio había bostezado por tercera vez, la locura, tan loca como siempre, les propuso: “¿jugamos al escondite?” La intriga levantó la ceja intrigada, y la curiosidad, sin poderse contener, preguntó “¿al escondite? y… ¿cómo es eso?” “es un juego” explicó la locura “en el que yo me tapo la cara y comienzo a contar desde uno hasta un millón mientras os escondéis, y cuando yo haya terminado de contar, el primero de vosotros que yo encuentre ocupará mi lugar para continuar el juego”. El entusiasmo bailó secundado por la euforia, la alegría dio tantos saltos que terminó por convencer a la duda, e incluso a la apatía, a la que nunca le apetecía nada; pero no todos quisieron participar. La verdad no quiso esconderse, para qué, si al final la iban a hallar, la soberbia opinó que era un juego muy tonto, pero en el fondo lo que le molestaba era que la idea no hubiera sido suya, y la cobardía prefirió no jugar. “UNO, DOS, TRES” Comenzó a contar la locura. La primera en esconderse fue la pereza, que, como siempre, se dejo caer en el primer sitio. La fe subió al cielo, y la envidia se escondió tras la sombra del triunfo, que con su propio esfuerzo, había logrado subir a la copa del árbol más alto. La generosidad no alcanzaba a esconderse, cada sitio que hallaba le parecía maravilloso para alguno de sus amigos: que si un lago cristalino ideal para la belleza, que si la sombra de un árbol perfecta para la timidez, que si el vuelo de una mariposa lo mejor para la voluptuosidad, que si una ráfaga de viento, lo mejor para la libertad… así que terminó por ocultarse en un rayo de sol. El egoísmo en cambio encontró un sitio muy bueno desde el principio: ventilado, cómodo, pero eso sí, sólo para él. La mentira se escondió en el fondo de los océanos…. ¡mentira! Se escondió detrás del arco iris, y la pasión y el deseo en los volcanes; el olvido…. el olvido se me olvidó dónde se escondió, pero eso no es lo importante. Cuando la locura contaba 999.999 el amor no había visto ningún sitio para esconderse, pues todo se encontraba ocupado, hasta que divisó un rosal, y enternecido, decidió esconderse entre sus flores. “Un millón” contó la locura. Y comenzó a buscar. La primera en aparecer fue la pereza, sólo a tres pasos de la piedra. Después escuchó a la fe discutiendo con Dios en el cielo sobre zoología. A la pasión y al deseo los sintió en la erupción de los volcanes, en un descuido encontró a la envidia, y claro, pudo deducir dónde estaba el triunfo, al egoísmo no tuvo ni que buscarlo: él solito salió disparado de su escondite, que había resultado ser un nido de avispas. De tanto caminar sintió sed, y al acercarse al lago descubrió a la belleza, y con la duda fue más fácil todavía, pues estaba sentada sobre una cerca sin decidir aún de qué lado esconderse. Así fue hallando a todos: el talento entre la hierba fresca, la angustia en una oscura cueva, la mentira tras el arco iris, y hasta el olvido, que ya había olvidado que estaba jugando al escondite. Pero sólo el amor no aparecía por ningún sitio. La locura buscó detrás de cada árbol, bajo cada arroyo del planeta, en la cima de las montañas, y cuando estaba a punto de darse por vencida divisó un rosal. Tomó una horquilla y comenzó a mover las ramas, cuando de pronto un doloroso grito se escuchó: las espinas habían herido en los ojos al amor. La locura no sabía que hacer para disculparse: lloró, rogó, imploró, pidió perdón y hasta prometió ser su lazarillo. Desde entonces, desde que por primera vez se jugó al escondite en la Tierra, “el amor es ciego, y la locura son sus ojos”...

2 comentarios:

nina dijo...

Todo un Popol Vuh de los sentimientos eh :P
¿Cómo le va, querido Morosofo?
Un abrazo.
Nina

Agos dijo...

Aaaaaah... qué bello cuento. Me acuerdo cuando me hiciste leerlo... y aunque ya lo conocía, siempre es bueno releer cosas que valen la pena.